La mayoría de ellos fueron transmitidos de generación en generación y sin necesidad de estudios formales. Probablemente requirieron de mucha paciencia y destreza. De los antiguos oficios, sólo unos pocos han resistido al paso del tiempo.
Es probable que el término latino officium, sea el resultado de la contracción de opificium (de opus y ficium), siendo el opifex el obrero que lo realiza.
Por lo que se puede decir que, en cierta medida, confluyó su significado con el término artificium que, por su parte, es el fruto del artifex (de ars y facio).
Este vendría a ser el artesano o el artífice. De ahí que ahora la Real Academia defina oficio también como la profesión de alguna arte mecánica.
A continuación te presentamos algunos oficios que han desaparecido, aunque sólo queden en el recuerdo.:
Lavandera

Oficio reservado a mujeres, consistía en el lavado a mano de la ropa por encargo.
Originalmente se lavaba a orillas de ríos y arroyos.
La construcción de “tinglados” supuso para este oficio un gran alivio. Antes se permanecía horas bajo el sol.
Fueron edificados sobre las corrientes de agua y en su interior se colocaron bancos o cajones donde las mujeres podían acomodarse de rodilla.
En ocasiones disponían de una piedra donde entraba el agua y sobre la que podían enjabonar, restregar y golpear la ropa.
Con la aparición de las lavadoras mecánicas y en específico la apertura de lavandería, este oficio duro y mal retribuido ha ido desapareciendo.
Muy pocas personas acuden con alguna lavandera, ya que es más económico llevar la ropa a la lavandería.
Boleador

Mostrar unos zapatos brillantes era señal de prestigio, una especie de contraseña que ponía de manifiesto una determinada posición social.
El trabajo del boleador comenzaba con un cepillado para acabar con el polvo de los zapatos, luego la aplicación del betún, hasta tener un zapato limpio y brillante.
Con el paso del tiempo se ha reducido el oficio, ya que actualmente no se utilizan tantos zapatos de piel.
La mayoría de las personas usa tenis, sandalias y calzados elaborados con pieles sintéticas, que pueden limpiarse con mayor facilidad en casa.
Afilador

Este fue uno de los oficios que se desarrolló en México con la llegada de los españoles y fue parte de la vida cotidiana de aquellos tiempos.
Hasta no hace muchos años, el afilador transportaba su industria en una bicicleta o motocicleta, cuyos pedales accionaban la rueda de afilar.
Machetes, cuchillos, navajas, tijeras y todo objeto punzocortante requerían mantenimiento.
Por tanto, proliferaban los afiladores que cargaban con su célebre mollejón, esto es, su piedra de afilar, redonda, colocada en un eje horizontal sobre una artesana con agua que se mojaba a medida que daba vueltas para evitar el calentamiento.
A partir del siglo XX, el afilador ha ido perdiendo la partida con la modernidad y la llegada del sistema capitalista basado en el consumo.
El oficio se fue perdiendo en beneficio de una cultura de usar y tirar en la que no tenía cabida el afilar los instrumentos de corte.
Aún se pueden ver y escuchar afiladores en las calles, pero es muy esporádico.
También se les puede encontrar en pequeños locales dentro de los mercados
Barbero

En la antigüedad, los barberos no sólo se ocupaban de la barba y el cabello de los hombres. También se encargaban de asuntos relacionados con la dentadura de sus clientes e incluso, desempeñaban labores de médicos, como vendar úlceras o realizar flebotomía (extracción de sangre).
Con el desarrollo de las ciencias de la salud como la medicina y la odontología, los barberos se vieron relegados al cuidado del cabello y de la barba.
Por mucho tiempo, el término barbero dejó de utilizarse y cambió a peluquero, hoy en día este oficio ha logrado reinventarse y reposicionarse como un oficio rentable.